En la vida me hubiera pensado yo que iba a comer berza

Cuando una parte del sistema cambia, el sistema al completo cambia. Y esto es así para todos, desde seres unicelulares hasta los más complejos que decimos ser los seres humanos (Teoría de los Sistemas, Von Bertanlaffy 1950).

En la naturaleza hay dos fuerzas opuestas. Una promueve el mantenimiento del orden, que el sistema se mantenga dentro de un equilibrio estable (homeostasis) y la otra, muchas veces denominada como “caos” promueve que el sistema se mueva fuera del equilibrio, hacia un nuevo estado, a veces hacia una mayor complejidad (morfogénesis). Ante situaciones de grandes cambios el sistema tratará de reorganizarse y si el cambio es radical, dará lugar a cambios profundos que le obligarán a mudar para adaptarse en su esfuerzo por sobrevivir. No se puede decir que una sea más importante que la otra, o que una sea primordial y la otra no porque todo depende de las características iniciales del sistema, si esta en equilibrio o si sobre él se están ejerciendo una serie de presiones o fluctuaciones que lo están alterando.

Cuando la morfogénesis se mantiene a niveles altos durante bastante tiempo (a veces definitivamente) y los cambios son profundos y a gran escala, metafóricamente se puede decir que la cuerda se tensa mucho y acaba por romperse y el sistema dará paso a otro similar pero completamente distinto. Para quienes sepan de física, esta es la base teórica del concepto llamado “Estructuras disipativas” enunciadas por el premio Nobel de Química Ilya Prigogine (1).

En una familia cuando ocurre una crisis vital importante como es la muerte o el nacimiento de un miembro, la emancipación de los hijos, una mudanza, una enfermedad o un divorcio (por citar algunas) supone un cambio tan grande que todos habrán de reubicarse con respecto a “sí mismos” (a los que eran y a los que son) y con respecto a “los otros”. Surgirán nuevas normas tanto para el grupo como para sus individuos, nuevas relaciones y alianzas y cada uno revisará también sus planteamientos vitales que darán lugar a más cambios y reubicaciones.

Mi padre, que toda la vida había sido lo que en mi casa se llamaba “un melindres” a la hora de comer (vamos, que comía de lo que le gustaba, poco y mal) después de enviudar y de acatar los cambios de logística casera que vimos necesario hacer se encontró comiendo alimentos que jamás pensó que fuera a probar.
Un día en el que había comido en casa de su otra hija al volver me hizo la siguiente confesión: -- ¿Sabes lo que he comido hoy? Berza. ¡En la vida hubiera pensado yo que iba a comer berza! ¿Y sabes qué es lo peor? ¡Que me ha “gustao”! -
A veces la vida tras una crisis importante nos obliga a realizar cambios en nuestras rutinas diarias. Y son esos cambios “obligatorios” los que nos llevan a crecer a veces en direcciones que jamás hubiéramos imaginado. Y lo peor, o lo mejor según se mire, es que muchas veces los resultados que esos cambios provocan en nuestra vida, nos gustan más que lo que teníamos previamente.

Mónica Alvarez
Psicóloga, Terapeuta de Pareja y Familia
www.elhadadelosgirasoles.blogspot.com
Enlacewww.duelogestacionalyperinatal.wordpress.com
www.psicoterapiaperinatal.blogspot.com

(1) Estructuras disipativas. De la termodinámica a la psicoterapia familiar. (Link: http://documentacion.aen.es/pdf/revista-aen/1987/revista-22/09-estructuras-disipativas-de-la-termodinamica-a-la-psicoterapia-familiar.pdf)

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