Estábamos una tarde de charla y se me ocurrió hacerle a mi padre la siguiente pregunta:
¿Si volvieras a tener 20 años qué harías de diferente en la vida?
Es una pregunta con miga, pero él lo tenía claro y no dudó en contestar: “No haría tantas tonterías”.
Yo me quedé sorprendida, ¿tonterías? ¿Cuándo ha hecho tonterías mi padre, si se ha pasado toda la vida trabajando? Así que le pregunté de nuevo, ¿y qué tonterías has hecho tú en la vida? Y la respuesta fue aplastante:
Trabajar demasiado.
Estamos hablando de un hombre que conoció la jornada de 12 horas. Que en su juventud, cuando aún vivía en el pueblo trabajaba de panadero por las noches, por el día ayudaba en un estanco y los fines de semana tocaba en una orquesta en las fiestas de los pueblos.
Para mi padre, jubilarse, fue la lotería que le tocó tras una dura vida de trabajo. Aunque en este caso, trabajo duro no fue sinónimo de enriquecerse. Mi pobre padre se jubiló tras cerrar su empresa porque el dueño se largó con la pasta y los dejó en la mierda después de toda una vida de pringar para él. Se comió el paro que le tocaba y nos comimos los ahorros de toda una vida en otro año más que le quedaba para coger una prejubilación que le dejó una pensión mísera, para una persona que no había hecho otra cosa en toda su vida que trabajar.
Yo recuerdo de niña cómo mi padre se iba a trabajar a las 8h de la mañana y regresaba casi a las 9h de la noche. Recuerdo cuándo les cambiaron el horario y ya no tuvo que ir a trabajar los sábados por la mañana. Estaríamos hablando de sus 55 años, toda una vida dedicada al trabajo. Mi padre a sus hijos mayores, siendo niños, apenas los vio, porque estaban dormidos cuando él llegaba o se iba de casa… Como toda una generación de padres e hijos que apenas se han conocido.
“Padres periféricos” se les llama en terapia de familia. Esos padres que aportan dinero, pero que no están presentes apenas en la vida familiar. Porque trabajan mucho y porque cuando están no tienen muy claro cuál es su papel (aparte de leer el periódico y esperar la cena sentados en el sofá), ni con la casa ni con los niños. Muchos de los adultos de hoy vivieron esta experiencia del padre ausente, en una época en la que los roles en la familia, padre y madre, estaban meridianamente definidos y no había muchas posibilidades de escapar.
Yo me libré porque nací “tarde” y pude disfrutar de mi padre sobre todo los fines de semana que me llevaba de paseo, me compraba chucherías en las cesteras y cuentos en los que aprendí a leer y a escribir.
Lo cierto es que estamos en “otra época” metidos de lleno en una crisis fruto de esta economía que hemos traído con nosotros desde la época en la que mi padre tocaba por los pueblos con su orquesta pasada la posguerra (y de antes aún). Una crisis no sólo económica, sino social, de valores… un nuevo paradigma está naciendo y seríamos tontos si no abriéramos los ojos y le prestáramos más atención, porque es nuestro futuro.
Internet nos está abriendo puertas que nadie hace unos años soñó siquiera que pudieran existir. Tenemos la posibilidad en nuestras manos de hacer algo completamente diferente a lo que hicieron nuestras generaciones anteriores.
Y algo debe de estar cambiando, sí, porque nuevas formas de criar y de educar a nuestros hijos están ya presentes en muchas casas.
Tenemos que aprender a vaciar nuestra vida de “tanta tontería” de tantas horas de trabajo inútil, para llenarlas de risas, de sueños, de planes interesantes que la llenen con sentido. Que cuando tengamos 80 años, como tenía mi padre cuando dijo esta frase, podamos mirar atrás y veamos todo lo que hemos podido hacer y ser con los nuestros y con nosotros mismos.
Bueno, que él también supo llenar su vida de cosas buenas, de anécdotas, de momentos agradables, de risas, de alegrías. Y no sólo en su época de jubilado, también mientras trabajaba, en sus (pocos) ratos libres.
Pocas personas he conocido como mi padre que hayan sabido disfrutar de la vida, cada momento, de forma completa. Con su filosofía particular, un gran tesoro que hoy quiero compartir con todos vosotros.
Un saludo:
Mónica Alvarez
Que bonita historia, está claro qu ehay que trabajar para vivir pero no vivir para trabajar. Porque is algo he aprendido en estos años es que ningún jefe es suficiente agradecido cuando le dedicas tu tiempo y esfuerzo.
ResponderEliminarOs acabo de descubrir y me ha encantado. Una historia tristemente muy real. Por eso me voy a poner manos a la obra con "organiza tu hogar en 30 días" a ver si trabajo menos en casa y disfruto mas de mi familia... Y tengo tiempo de leeros todas estas estupendas entradas. Saludos
ResponderEliminar